Diamantes.

Hey, hola. ¿Ya estamos todos?  En fín empecemos.

Imagina un diamante.

Bien, ese diamante está sucio, hay que limpiarlo un poco... 

¡Cómo brilla!, pero está un poco deforme, ¿no?. Hay que pulirlo para que se vea más bello.

Tómate tu tiempo, pulir un diamante es muy complicado. Te paso un...

Espera, ¿que haces con un martillo? -¡PAM!- ¿QUE HACES? ¿No ves que se rompe?

¿Y que carajo haces pidiendo disculpas a ese diamante, crees que así se va a arreglar? Seguridad, saquenlo de aquí. 

A ver la lista... puf, otro loco más que no aprende a cuidar corazones... ya van 14 y si veo el panorama no es muy alentador. 

(Quien quiera que lea esto): ¿Pero que mezcla es esa de corazones y diamantes?

Muy sencillo: todo corazón es un diamante que hay cuidar cual si fuera diamante. Unos ya vienen brillantes y perfectos (o al menos eso parece), otros vienen con alguna imperfección, a otros les falta un toque de brillo...

Pero últimamente veo caras de diamantes destrozados, y que no parece que se pueda recuperar. La sensación de los martillazos que te dan por puras tonteras es doloroso, duro, y muchas veces cruel. ¿Acaso vale la pena destrozar de esa manera a esos diamantes? ¿Que recompensa hay por esos martillazos? Solo puedo verle el beneficio momentáneo del ser ególatras y pisoteador. Pero al tiempo se arrepiente y quiere pedir perdón. Pero, para entonces, sólo quedarán los pedazos de alguien que solo quería soñar con ser bello y brillar por sí solo. 

Mañana lunes blog especial, no os extrañéis si al leerme mañana piensen que hay tono de cabreo...